natural high
elisa juri
elisa juri
frente a mi nueva casa, cruzando la avenida, caminando cinco cuadras cuesta arriba, se entra de lleno en el bosque. un bosque que me hizo acordar a otros bosques –lluviosos, nublados, frondosos– que he caminado en mi otra vida, al otro lado del atlántico. siendo adolescente y estando confundida, veinteañera y atrevida, muy de chiquita. pensar el bosque es como pensar cualquier otra generalidad abarcativa en la que es menester volver a relacionarse con aquello desde la que se es hoy, ahora. pensar el bosque no es tanto pensar, sino más bien encontrar el propio ritmo, al caminar, y mantenerlo. un poco es dejar de elegir qué pensamientos vienen y más bien solo ir. era así que yo andaba cuando de pronto vi algo que no había visto en otro bosque jamás.
las hortensias silvestres del bosque son bellas de una manera aparte. aparecen salvajes, su melena colorida pasa de ser decorativa a ser salvaje. las hortensias salvajes del bosque se propagan en mi mente desde los jardines de abajo, del pueblo (¿o es ciudad?) miro las raíces en el suelo, pienso en la inteligencia del bosque que las hace aparecer así, en una pendiente, como perlas azules –asemejando una cascada de agua-hortensia.
una vez vi un corto portugués sobre una isla donde crecían hortensias. vienen de japón, esta especie de hortensias –eso decían en el corto. y los colores son modificaciones que le hacen al suelo en el que crecen. en el corto aquella isla estaba plagada de hortensias. una mujer contaba que se habían vuelto una plaga. y la palabra plaga, tan dañina al resonar en mi mente, al lado de esas imágenes tan bellas como son las hortensias –las silvestres– hacían algo terrible. algo terrible y terrestre, no se volvía monstruosa la belleza de las hortensias silvestres como las plagas, pero casi.
vemos las hortensias en el pueblo –o en la ciudad. en la pequeña ciudad, vemos hortensias en los jardines de las casas. en macetas, y –trimmed up, or down– las hortensias aparecen como lo que me han contado antes sobre ellas: la madre de las hijas debe tener hortensias en la casa, así se casan las hijas. las hijas no deben tener hortensias hasta después de casadas, sino no se casa ella misma. quizás por eso las rechazo un poco, con su belleza que en macetas parece filial. quizás por eso así las rechazo. pero en el bosque no son la esperanza sostenida en el viento de la madre de ninguna hija, ni son apropósitamente hermosas, son. son cascadas de agua-hortensias, son salvajes, son criaturas perladas, se marchitan y aparecen colores entremezclados, genéticas híbridas, dudosa, self-made, con el bosque, digo, la hortensia.
yo no estoy de ácido cuando miro la hortensia ser cascada de agua-hortensia, ni he microdoseado psilocibina, ni veo formas-colores moverse, ni pretendo que haga ruido a arroyo la cascada que miro. yo no logro capturar en fotos la belleza de la cascada-hortensia, ni veo a nadie más ralentizar el paso de la caminata frente a este fenómeno, solo nosotras dos parecemos algo desorientadas frente a tanta belleza. pendiente abajo, perlado el brillo, se arrugan los pliegues del agua fría.
a mí –sí es verdad– el bosque, o el agua profunda, o las alturas de las montañas, me ponen high. y así de high me siento flirtear con la naturaleza intensamente. como los pájaros que saben que se les mira, las mariposas igual, así de high puedo sentir el espíritu vivo de todo lo vivo, ¿no se asemeja a un parpadeo, la brisa que mueve ramas que produce un flicker de luz y sombra? ‘t was only a flirt1, pero y, ¿las flores? ¿se saben vistas? ¿se sabrán amadas? no digo por lxs que liban, sino por las que contemplamos, intensamente y sin temblar, ¿sabrán de su efecto expectorante?
en el bosque, así de high, siento la escala de las cosas que importan. me pone en perspectiva. en el bosque –esta vez– esa escala es saber que hasta volver a la ceniza de la que vuelve a recomenzar el fuego, se baila. se vive vivir viviendo. y se baña –una, en la mente– en agua-hortensia que corre veloz, no sin dejar perfumes, no sin regar su brillo. y se soplan, claro, esperanzas al aire del bosque donde la hortensia es salvaje y se pide su mímesis, se ora su anatomía. y después, se baja, hacia la ciudad, con la estela de algo que aún emite sonido, se transpira el agua-hortensia al dejar ciudad –una en particular– y abrazar otra nueva. se sabe dejar aquella otra ciudad en el momento perfecto: al final del verano, que es el verdadero momento de la muerte. no el otoño, como muchos creen. el otoño es ya el momento que le sucede a la muerte, el silencio que se guarda para sí mismo porque frente a la muerte no hay palabras realmente. y luego el invierno, que es ese silencio en su duración. y la inteligencia del bosque lo sabe y por eso lo sabes tú, que fuiste agua-hortensia. y te sientes vivir viviendo, intensamente.
1pavese, 1950.
las hortensias silvestres del bosque son bellas de una manera aparte. aparecen salvajes, su melena colorida pasa de ser decorativa a ser salvaje. las hortensias salvajes del bosque se propagan en mi mente desde los jardines de abajo, del pueblo (¿o es ciudad?) miro las raíces en el suelo, pienso en la inteligencia del bosque que las hace aparecer así, en una pendiente, como perlas azules –asemejando una cascada de agua-hortensia.
una vez vi un corto portugués sobre una isla donde crecían hortensias. vienen de japón, esta especie de hortensias –eso decían en el corto. y los colores son modificaciones que le hacen al suelo en el que crecen. en el corto aquella isla estaba plagada de hortensias. una mujer contaba que se habían vuelto una plaga. y la palabra plaga, tan dañina al resonar en mi mente, al lado de esas imágenes tan bellas como son las hortensias –las silvestres– hacían algo terrible. algo terrible y terrestre, no se volvía monstruosa la belleza de las hortensias silvestres como las plagas, pero casi.
vemos las hortensias en el pueblo –o en la ciudad. en la pequeña ciudad, vemos hortensias en los jardines de las casas. en macetas, y –trimmed up, or down– las hortensias aparecen como lo que me han contado antes sobre ellas: la madre de las hijas debe tener hortensias en la casa, así se casan las hijas. las hijas no deben tener hortensias hasta después de casadas, sino no se casa ella misma. quizás por eso las rechazo un poco, con su belleza que en macetas parece filial. quizás por eso así las rechazo. pero en el bosque no son la esperanza sostenida en el viento de la madre de ninguna hija, ni son apropósitamente hermosas, son. son cascadas de agua-hortensias, son salvajes, son criaturas perladas, se marchitan y aparecen colores entremezclados, genéticas híbridas, dudosa, self-made, con el bosque, digo, la hortensia.
yo no estoy de ácido cuando miro la hortensia ser cascada de agua-hortensia, ni he microdoseado psilocibina, ni veo formas-colores moverse, ni pretendo que haga ruido a arroyo la cascada que miro. yo no logro capturar en fotos la belleza de la cascada-hortensia, ni veo a nadie más ralentizar el paso de la caminata frente a este fenómeno, solo nosotras dos parecemos algo desorientadas frente a tanta belleza. pendiente abajo, perlado el brillo, se arrugan los pliegues del agua fría.
a mí –sí es verdad– el bosque, o el agua profunda, o las alturas de las montañas, me ponen high. y así de high me siento flirtear con la naturaleza intensamente. como los pájaros que saben que se les mira, las mariposas igual, así de high puedo sentir el espíritu vivo de todo lo vivo, ¿no se asemeja a un parpadeo, la brisa que mueve ramas que produce un flicker de luz y sombra? ‘t was only a flirt1, pero y, ¿las flores? ¿se saben vistas? ¿se sabrán amadas? no digo por lxs que liban, sino por las que contemplamos, intensamente y sin temblar, ¿sabrán de su efecto expectorante?
en el bosque, así de high, siento la escala de las cosas que importan. me pone en perspectiva. en el bosque –esta vez– esa escala es saber que hasta volver a la ceniza de la que vuelve a recomenzar el fuego, se baila. se vive vivir viviendo. y se baña –una, en la mente– en agua-hortensia que corre veloz, no sin dejar perfumes, no sin regar su brillo. y se soplan, claro, esperanzas al aire del bosque donde la hortensia es salvaje y se pide su mímesis, se ora su anatomía. y después, se baja, hacia la ciudad, con la estela de algo que aún emite sonido, se transpira el agua-hortensia al dejar ciudad –una en particular– y abrazar otra nueva. se sabe dejar aquella otra ciudad en el momento perfecto: al final del verano, que es el verdadero momento de la muerte. no el otoño, como muchos creen. el otoño es ya el momento que le sucede a la muerte, el silencio que se guarda para sí mismo porque frente a la muerte no hay palabras realmente. y luego el invierno, que es ese silencio en su duración. y la inteligencia del bosque lo sabe y por eso lo sabes tú, que fuiste agua-hortensia. y te sientes vivir viviendo, intensamente.
1pavese, 1950.